lunes, 21 de octubre de 2013
jueves, 10 de octubre de 2013
Porque puede que así sea; que valga la pena. Tanto sufrimiento y dolor experimentado -y el que me quedará por experimentar a lo largo de mi vida-, tantas lágrimas y tanta oscuridad en una mente tan pequeña como la mía. Tanto cansancio y necesidad de desaparecer. Todas esas emociones acumuladas y todas esas palabras saturadas en mi garganta por tanto tragar. Toda esa frustración y rabia, impotencia y falsedad. Todas esas mentiras... Todo este dolor.
...quiero deshacerme de mí y, deshacerme también, de lo que soy y de lo que he llegado a ser. Quiero deshacerme de todas las culpabilidades que llevo enumeradas en mi piel, de todos los errores grabados con tinta invisible —aunque yo puedo seguir viéndolos—, y de la lista innumerable de decepciones que me arrastra hasta lo más hondo. Quiero deshacerme de esta mala costumbre de avergonzarme de mi misma por ser yo, y por dejar que eso me frene, como tantas otras cosas. De torturarme al pensar en todo los quizás, que por mi cobardía acabaron siendo imposibles. Imposibles lejanos. De arañarme hasta sangrar por cada promesa que se quedó en eso, en promesa, en palabrería, en vacío. En vacíos casi parecidos a los que me dejó él, ella, y los demás que pasaron por mi vida y dejaron huella. Imborrable, aunque duela reconocerlo. Si duele es porque importa, o eso dicen muchas bocas, al final llevarán razón, como en casi todas las veces. Quiero deshacerme de las hojas arrancadas o arrugadas, de los borrones a tinta azul, de los escritos con demasiado sentimiento y los de las madrugadas por falta de sueño, o exceso de soledad.
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